martes, 15 de octubre de 2002

Renovar nuestra iglesia

El pasado mes de Setiembre se celebró en Madrid un "Encuentro Internacional para la Renovación de la Iglesia Católica", organizado por la "Corriente Somos Iglesia".
Esta Corriente defiende temas tan polémicos como el sacerdocio femenino, la democratización de las estructuras eclesiales, la aceptación de los homosexuales y divorciados, el celibato opcional, etc.

Dicho encuentro fue precedido por una fuerte polémica, y un intercambio de documentos, cartas pastorales y artículos. La Conferencia Episcopal hizo pública una nota de prensa "desautorizando" a la Corriente, acusándolos de "apartarse claramente de las enseñanzas de la Iglesia Católica" y de ir "contra la comunión eclesial"
Lo de la "comunión eclesial" es el argumento preferido para hacer callar las voces disidentes en el seno de la Iglesia. Pero siempre aparece "curiosamente" interpretada: no se trata tanto de mantener la unidad entre los creyentes, sino de acatar la autoridad, incluso en cuestiones perfectamente discutibles, como las que defiende esta Corriente.

Son muchos, muchísimos, los creyentes que apoyan o al menos comprenden que estas cuestiones tendrían que ser discutidas ampliamente en nuestra Iglesia Católica. Se hace duro pensar que nuestra iglesia va a mantener obstinadamente la discriminación entre hombres y mujeres, negándoles el acceso al sacerdocio. Se hace duro pensar que se seguirá negando el establecimiento de formas más horizontales de "autoridad", como la posibilidad de elegir, en el seno de las comunidades, a sus pastores y obispos. Se hace duro pensar que vamos a seguir marginando a los homosexuales o a los divorciados, desde una ceguera moral anclada en el pasado.

Pero lo más duro es ver como determinados sectores de la Iglesia se atrincheran, usando como argumentos la "Tradición", el "Magisterio" o la "Infabilidad papal", alejándose cada vez más de la gente, de la cultura actual, de la sociedad, queriendo preservar una iglesia que parece más un museo de "verdades teologales" en desuso que un comunidad de fraternidad y encarnación, de presencia y de escucha.

Personalmente soy capaz de imaginar una iglesia en la que el sacerdote sea una mujer -incluso casada, incluso lesbiana- sin que para nada se me tambaleen mis creencias más profundas, mi identidad cristiana, mi compromiso vital. Estoy convencido de que pueden animar -presidir- a las comunidades tan bien como el mejor de nuestros curas. Y acogería con entusiasmo una renovación que haga más participativa nuestra Iglesia, que nos haga más corresponsables, que horizontalice las relaciones entre jerarquía y parroquianos, que sustituya poder por servicio, Magisterio inamovible por Aprendizaje comunitario.

Todo esto sin olvidar que, por importantes que parezcan estas cuestiones, la prioridad de los cristianos (de la Iglesia) debe ser la de ponerse al servicio de los empobrecidos y golpeados, acompañar en su incertidumbre a esta sociedad contemporánea, buscar respuestas de humanidad entre tanto sufrimiento absurdo, denunciar la injusticia y dejarse interpelar por los signos de los tiempos, que, aunque algunos no quieran escucharlos, siguen dándose hoy, ahora.

¿Acaso pecamos de algo todos los cristianos que pensamos y decimos estas cosas? Creo que no. ¿Dónde, cuándo y cómo se pueden discutir estas cosas, sin que nos excomulguemos unos a otros? Para la ansiada renovación de la Iglesia es urgente encontrar espacios de libertad y dialogo

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