miércoles, 14 de noviembre de 2007

Encuentro de Redes Cristianas

El autobús era una especie de Torre de Babel: todas las lenguas y colores, un abigarrado mosaico de nacionalidades. Genial. El viaje lo pasé durmiendo, tratando de escapar de una peli insufrible que el conductor había puesto a toda voz. Una vez en la Estación Sur de Madrid hube de esperar un par de horas: las dediqué a “El segundo hijo del mercader de sedas”, escuchando mil lenguas a mi alrededor: hasta los seguratas eran importados, por supuesto todo el servicio de limpieza, cafetería, tiendas etc. Genial.

Pillé el circular y me dirigí a la Complutense: la última Roucada ha sido impedir que el Encuentro se celebrase, tal como estaba previsto, en el colegio de los Agustinos. Por contra: la acogida en un espacio civil (eran tres días de fiesta en Madrid por la Almudena) fue gratificante

Bueno, a las 9:00 me estaba inscribiendo, y al rato llegaron Juanjo Peris y Carmen Murillo, que se vinieron la tarde anterior en coche. Una 500 personas en la presentación de la Asamblea, viejos conocidos de los Encuentros de Teología, como Alberto Giraldez y Marisa (me dieron recuerdos para todos, andan tristes por la muerte de una hija), los curas “preciosos” (sin el Panea), mucha gente de Cadíz, El Puerto y Jérez, curas casados, gays y lesbianas, artistas de todo pelo: Siro López (ha dejado R21 y ahora se dedica a su prole), Luis Guitarra, la gente de Anawin; gente pensante y moliente como Evaristo Villar, Benjamín Forcano, Juan José Tamayo...Muchas mujeres, la mayoría. Mucha variedad, también. Y, sobre todo, muchas ganas de hacer iglesia en general; y en lo concreto, una alegría incipiente a raíz del desenlace de San Carlos Borromeo.

Por la mañana del Sábado se hizo una “motivación de los talleres”, que no era más que cantes y reflexiones, y espacio para compartir. Muy bien. Luego nos separamos para los talleres: me pareció interesante el de “Mujeres y Teología” y allí que me fui: 30 mujeres y un servidor: me mimaron con una condescendencia de doble filo, pero bien. Era una clase, y traté de imaginarme lo que sintieron las primeras mujeres que se adentraron en la Universidad. Tuvo que ser duro aquello.

Salimos a comer fuera, hacia un clima genial, aunque cuando el sol se marchaba la rasca era importante. La segunda parte del taller se me hizo un poco más dura: danza y espiritualidad, querían a toda costa que bailara, suerte que se me olvidó la cámara de fotos en el salón de actos y tuve que ir a buscarla. A pesar de eso reconozco que me gustó: son bailes para rezar, la tal Miryan suele venir al Ashera, estaría bien.

Luego volvimos al plenario para no recuerdo bien qué: me parece que fue entonces cuando presentaron la Memoria de Redes. Ya lo hablaremos, pero creo que es un espacio del que podríamos participar, un lugar donde sopla aire fresco, donde la indignación no se esconde, donde se están abordando cuestiones de frontera con respeto y sin miedo alguno. En fin: hay un ideario y un recorrido, es un red, no obliga a nada más que a participar en la forma y disponibilidad que fijemos. Yo voto que nos sumemos.

En los pasillos un puñado de mesas con revistas: Alandar, R21, Moceop, Éxodo... También productos de Comercio Justo, artesanía de varios lugares, publicaciones caseras, discos. Lo propio.

Bueno: después nos fuimos con Nazareth y su madre (Marisa) a tomar unos bocatas de calamares en el Centro (clavada). Y más tarde fuimos a Chueca a terminar la noche con una copas, en un bar con estanterías con más polvo del prudente, pero un polvo bonito, como puesto a conciencia. Dormíamos en casa de un teólogo nuevecito, al que no llegué a conocer: tenía una pecera muy chula y un montón de libros de teólogos (normal). La cama, después de una noche en autobús, fue toda experiencia. Por la mañana vuelta a la Complutense.

El Domingo también nos regaló un tiempo espléndido. Concelebramos la Eucaristía, con danza, bailes y buen humor. Estuvo bien, aunque la liturgia se hizo un poco espesa a veces, tal vez demasiada gente. Nos regalaron unas semillitas de algarrobo, aún no las sembré. La clausura del Encuentro estaba prevista que se celebrara en la plaza Lavapies, en un acto de apoyo a los inmigrantes. Eso forzó un poco el final, demasiada prisa, porque había que desplazarse hasta allí: coche, metro, transbordo. Allí había gente, pero no tanta para ser Madrid. Bueno tal vez sí, porque era un fin de semana largo en Madrid, a costa de la Almudena. Y tal vez sí, porque apoyar a inmigrantes no es una cosa que tenga mucho tirón. En cualquier caso la intención era visibilizar la necesidad de hacernos presente en la sociedad y en sus conflictos modernos. Bueno, bien.

He leído algunos artículos referentes al Encuentro. Lo más significativo tal vez sea el vacío que algunos medios le han hecho: tal como está el patio que determinadas sectores de la Iglesia se reúnan es, sin duda, noticia. Por contra, los que lo han cubierto son ciertamente tendenciosos, hurgando en la herida, y difuminando el mensaje de esperanza. El amigo Luis Domínguez me avisó de que un servidor aparecía fotografiado en El País: estoy difuminado yo también.

Resumiendo: tal vez estemos asistiendo a una corriente en el seno de nuestra monolítica Iglesia española. Hay algunos riesgos: cierta incapacidad para trabajar en redes (siempre tentados de generar estructuras, de construir en vez de tejer); también que sea arrinconada entre una prensa que hace oídos sordos y otra que busca hacer pupa. Pero ahí está, incipiente y fresca.

Breve crónica del Encuentro de Redes Cristianas en Madrid, en Noviembre de 2007.

Artículo en La Otra Orilla

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