Como esos que velaban y se quedaron dormidos: así resultamos a veces, tibios, cobardes, acomplejados o perezosos, indolentes. Esperanzados, tal vez. pero poco convincentes, poco cabreados con todo ese dolor absurdo, toda esa tragedia repetida, sistemática y atroz, todas esas víctimas inocentes que caen cada día al suelo, que mueren en el estrecho, que padecen hambre y enfermedades curables, que son acribilladas, bombardeadas, aniquiladas...
¿Dónde tenemos la rabia? ¿Por qué no nos conmueve todo ese dolor? Nuestra manera de ser cristianos está haciendo aguas por alguna parte. La oración, sin duda, nos hace sensibles, nos acerca a esa gente, nos obliga a tomar partido. No hemos decidido, como tantos otros, permanecer al margen de las víctimas. Pero a pesar de todo eso, no escapamos a la vacuna que poco a poco inyecta esta sociedad sobre sus gentes: nos hacen inmunes al dolor de los otros, la solidaridad se queda en un plano intelectual, en las ideologías o discursos, pero no llega a lo afectivo, a las entrañas. Tal vez no podríamos soportarlo: un sólo niño muriendo de hambre en nuestros brazos, un sólo cadáver que tuviéramos que arrastrar fuera del agua, y nuestras entrañas de misericordia deberían revolverse definitivamente. Pero no termina de ser así...
Un amigo nos decía que un cristiano, para serlo de veras, debería tener, al menos una vez en su vida una experiencia de Dios. Y deberíamos también, al menos una vez, asomarnos al dolor último, a la degeneración gratuita y perversa de un ser humano, a su aniquilación estéril... Es posible que lo hagamos, es posible que cada uno de nosotros pueda relatar algún episodio en que sintió en lo más hondo ese dolor, esa injusticia aberrante. Incluso es posible que esa experiencia sea motor y argumento de la vida de algunos de nosotros. Pero evidentemente no es una experiencia colectiva, comunitaria, porque esa tensión se notaría en nuestro ser y hacer.
No se trata de más discursos, ni manifiestos, ni nada de eso (que también). Se trata de urgencia, de paciencia histórica "activa", de rabia ante la falta de fraternidad que llena este mundo. No hay tiempo, porque cada minuto se lleva por delante a un puñado más: hambre, guerra, miseria, violencia, malaria... todas esas cosas: evitables, innecesarias.
Despertemos, que llega el amo. Y nos pillará dormidos. "Salimos a esperarte", podremos argumentar en nuestra defensa. Pero nos dormimos a media noche. Y en la oscuridad de nuestras conciencias, en la inmunidad que dan las sombras, están cayendo muchos hermanos, indefensos. Despertemos, es un sueño inducido, interesado, que pretende enterrar a las víctimas sin testigos, en la inmensa fosa común de la historia. Despertemos.
martes, 4 de noviembre de 2008
Rabia y Esperanza
De Gonzalo Revilla
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario