Ahí están los informes del PNUD, de la Comunidad Europea, los informes locales sobre pobreza. Nadie niega ya la tremenda desigualdad de este mundo nuestro, el abismo abierto entre los que todo lo tienen y los que carecen de lo imprescindible. Y lo peor de todo: ante este panorama sólo ofrecemos incertidumbre, confusión, tal vez alguna tímida propuesta. No sabemos bien cómo salir de este atolladero del que, por descontado, los poderosos no querrán salir.
La Iglesia, como otras instituciones, también tiene un palabra frente a esto que pasa. Pero ¿cuál? Ya hace tiempo que descubrimos que no tenemos ninguna Verdad Absoluta, Rotunda e Inalterable que ofrecer. La incertidumbre también invade a los creyentes, y a su instituciones. Pero lo que es menos perdonable es el miedo, la resistencia al cambio, la defensa irracional de esquemas anacrónicos.
En este sentido la iglesia (como institución, pero también como personas) se resiste a meter las manos en la cosa política. Pocas son las veces en las que la Iglesia toma postura clara frente a esas cuestiones que atañen a la organización social, a la justicia, al desarrollo. Los documentos son valientes, las concreciones son escasas.
En los ambientes eclesiales lo "político" no goza de mucha fama: el movimiento sindical, obrero, la militancia en partidos, los posicionamientos ante conflictos como Palestina, Chechenia, País Vasco... no tienen ningún eco en la vida de la Iglesia, no aparecen en sus revistas, en sus programas de televisión, en las declaraciones de los obispos. Y tampoco el creyente de a pie es capaz de situar todas esas cuestiones en el ámbito "espiritual", más bien son cuestiones mundanas, sucias, complejas, en las que es preferible no involucrarse. Claro que esto es caricatura, que de todo hay en la viña del Señor.
Tal como anda el mundo resulta bastante arriesgado, a la par que cínico, pretender mantenerse al margen de lo político, entendiendo política en su sentido más amplio: la organización del bien común. Pero sin pretender huir de lo político en su sentido más concreto: los partidos y las organizaciones políticas.
Volviendo a lo de antes: no tenemos ninguna Verdad Absoluta, Rotunda e Inalterable. Y si queremos ir encontrando verdades, nortes para este mundo desnortado, esperanzas para contrarrestar el horror, luces en medio de la oscuridad, entonces tendremos que buscar con otros. Aún a riesgo de equivocarnos en esa búsqueda.
Buscar con otros, como Casaldáliga en Brasil escucha y apoya la lucha del Movimiento Sin Tierra; o como Samuel Ruiz ha sido capaz, sin ser zapatista, de hacerse eco de sus demandas indigenistas. Buscar con otros, con la valentía de los Obispos Vascos, abriéndose paso entre tantas contradicciones como tiene el Nacionalismo Vasco, pero sin pretender eludir el conflicto; como Chamizo, Defensor del Pueblo Andaluz, haciendo de la política su particular altar.
Buscar con otros, de la misma manera que tantos sacerdotes, religiosos y seglares están tratando de buscar en los nuevos movimientos de contestación Antiglobalización espacios de compromiso, de reflexión honesta, de participación ciudadana. Sin miedo, sin renunciar a lo que somos como creyentes, pero sin pretender imponerlo, sin falsos dogmas que eluden la búsqueda, con esperanza y capacidad de diálogo.
Sin encarnación política la Iglesia se quedará anclada, al margen de la vida, sin respuestas que ofrecer. Nada que ver con el Jesús de la Vida y la Encarnación.
sábado, 15 de marzo de 2003
Encarnación política
De Gonzalo Revilla
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario