miércoles, 15 de mayo de 2002

Los cristianos y la globalización

En los últimos tiempos seguro que hemos escuchado esa palabra en muchos sitios, sin llegar a entender muy bien qué significa. Y mucho menos aún qué tenemos que ver nosotros con ella. Haciendo una definición para andar por casa podríamos decir que la globalización es un proceso por el cual el mundo se va haciendo más pequeño, las distancias se acortan, la economía se mundializa. Globalización es que podamos mandar un mensaje al otro extremo del mundo mundial en cuestión de segundos; globalización es poder acceder a otra culturas y formas de entender el mundo; globalización es que las fronteras desaparecen y somos un poco más "ciudadanos del mundo"; globalización es que el capital circula libremente a todo lo ancho del planeta.

Claro que ésta es la cara amable de la globalización. Porque luego resulta que en África sólo un puñado ha podido hablar por teléfono alguna vez, resulta que la cultura de la hamburguesa está colonizando al resto, que las fronteras sólo desaparecen en un sentido (norte-sur) mientras se refuerzan en el sentido contrario y que el capital circula a una velocidad directamente proporcional a los despidos masivos. Es decir, que nada es como nos cuentan.

Pero es cierto que en muy poco tiempo se están produciendo muchos y vertiginosos cambios. Y que como cristianos es importante saber situarnos ante la nueva realidad. Ya nadie se molesta en ocultar que estamos ante un fortísimo proceso de dualización social, que la acumulación de capitales es imparable, que la mayor parte de la humanidad vive en condiciones de miseria y exclusión, que el deterioro medioambiental es muy grave y tal vez irreversible, que el control social empieza a tener tintes fascistas. Vamos, que el mundo está muy mal. Pero al mismo tiempo nunca como hoy hemos tenido tanto grado de conciencia y tanto acceso a la información.

Millones de personas, hartas de que un puñado de dementes jueguen al monopoli con el resto de la humanidad han empezado a confluir en espacios de contestación, espacios que han sido muy mal bautizados con el nombre de "antiglobalización". Pero ahí están: es un curioso gazpacho de ecología, militancia sindical, organizaciones de base, oenegés, agricultores, anarquistas, feministas, plataformas de todo pelo, okupas, algún partido político y un largo etcétera de alternativas, reflexiones, esperanzas y dinámicas de contestación a la actual organización del mundo.

Ante todo eso ¿cómo situarnos como cristianos? Tal vez muchos piensen que no es necesario situarse, que mejor aguantar el tipo y verlas venir. Yo creo que no, y que poco a poco se va a ir acentuando la confrontación. El instinto de supervivencia es muy fuerte, y las gentes del Sur no van a dejarse morir asfixiados por el neoliberalismo. También hay muchas gentes del Norte dispuestos a ejercer la solidaridad hasta la últimas consecuencias. Por eso creo que la confrontación va a aumentar. ¿Qué hacer como cristianos? Creo que hay que encontrar nuestro sitio, personal y colectivamente, en todo este proceso "antiglobalización", y hacerlo con cierta urgencia.

Claro, que para encontrar ese sitio primeramente habría que perder el miedo, porque actualmente hay mucho miedo a participar en todo ese tinglado. Un miedo que sin duda es fruto de los mecanismo de criminalización que el sistema está utilizando para neutralizar el movimiento. Los antiglobalización nos parecen "chicos malos" que rompen escaparates. Eso es justo lo que el sistema quiere que creamos, por mucho que conozcamos a esas gentes antiglobalización, y en absoluto nos parezcan peligrosos.

¿Cómo participar? En primer lugar informándonos, tratando de comprender, en la medida de nuestras posibilidades, toda esa dinámica de acción-reflexión. Hay muchas páginas web ofreciendo información sobre el tema; revistas (algunas, como Éxodo, Noticias Obreras o Critianisme i Justícia, de inspiración cristiana) que han tratado la globalización monográficamente; documentales, conferencias... La información sobre el Foro Social de Porto Alegre (Brasil) puede situarnos respecto a lo que está siendo hoy por hoy el movimiento antiglobalización. Y luego están los múltiples discursos que conforman ese todo: la Deuda Externa, la ecología, la lucha por la tierra, la soberanía alimentaria, la inmigración, Sahara libre, antimilitarismo...

Un segundo paso sería participar, sumarnos a las diferentes convocatorias de protesta y contestación que se vayan organizando. Con comunicados, recogidas de firmas etc. cuando nos coja lejos. Y directamente cuando sea cerca, como por ejemplo en Sevilla este verano: ¿es viable, por ejemplo, que la parroquia se sume a la manifestación contra la política Europea el 22 de Junio?

Decía antes que la implicación debía ser personal y colectiva. Personal porque se trata de un ejercicio de libertad, no de borreguismo, y es importante que la participación en este proceso se haga desde convencimientos profundos, desde razonamientos propios. Para una transformación social como la que se está pidiendo es preciso un sujeto histórico que la lleve a cabo, y en eso tal vez podamos decir alguna palabra sabia como cristianos.

Y colectivo porque nuestro convencimiento y nuestra esperanza debe trasladarse a los ámbito en los que estamos: parroquia, lugar de trabajo, instituciones públicas o privadas. Se trata de generar alianzas, de generar redes de solidaridad y resistencia, de "poner en pie una coalición que apele a la solidaridad del mayor número posible de fuertes con los débiles, en contra de sus propios intereses". Porque, en definitiva, para que todos quepamos en esta mesa a comer, es preciso que nos apretemos un poco. Los cristianos no deberíamos quedarnos al margen de la historia (otra vez no), sino tomar protagonismo y decir, con humildad y conciencia ecuménica, nuestra palabra. Es mucho lo que está en juego.

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