La Iglesia “no mató, pero no salvó”. No deja de resonar la frase en mi cabeza desde que la leí esta mañana en la prensa. Lo ha dicho Rubén Capitanio, testigo en el juicio por delitos de lesa humanidad contra el ex-capellán de la Policía Christian Von Wernich. Este indeseable colaboró de manera activa con la dictadura militar argentina, y está acusado de asesinatos y desapariciones. Era sacerdote. Terrible.
Y terrible también la contundente afirmación de Rubén Capitanio, mucho más si se pertenece a esa misma Iglesia que dejó hacer, que miró para otro lado, que se tapó los oídos ante el terror y la barbarie. Que incluso, como es el caso de Christian, se manchó la sotana de la sangre de las víctimas.
“No mató, pero no salvó”. Voy a dejar ese tema tan doloroso, para venirme a una cosa más tonta, más doméstica: el preservativo. Porque la frase de este señor, también sacerdote, me ha recordado la postura que mantiene la Iglesia Católica Oficial en lo tocante al látex anticonceptivo. Y que por muy doméstico y tonto que parezca, resulta que también condiciona la vida o la muerte de miles, millones de personas en todo el mundo. Y para no meterme mucho en el barro, hablaré sólo del preservativo como medida sanitaria de control de enfermedades: Sida, Hepatitis, y otras ETS.
Es absurdo negarse al uso de preservativos en estos casos. Es absurdo, porque carece de lógica, incluso de la lógica evangélica. Pero es que además es irresponsable. Y no es de recibo seguir cometiendo irresponsabilidades de las que luego debamos arrepentirnos. Soy creyente, y no encuentro nada, ni una palabra, ni un gesto en las enseñanzas de Jesús de Nazareth que puedan hacerme pensar que evitar con un trozo de látex una enfermedad mortal o grave, sea malo para nadie. Al contrario, mucha de la argumentación evangélica me sugiere que proteger la vida es correcto, deseable, bueno.
La Iglesia cambiará de postura sobre esta cuestión. Eso seguro. Pero sería conveniente hacerlo cuanto antes, dado que ya vamos tarde. A poco que se use la misericordia y el sentido común habrá que rectificar y admitir que nos encabezonamos, que perdimos el norte, que hicimos una batalla en el lugar equivocado y que no matamos a nadie, pero tampoco salvamos. No es posible una moral religiosa que atente contra la ética, no es posible imponer una arbitrariedad como la de los preservativos en contra de la razón, de la ciencia, incluso en contra de los creyentes de a pie, que obvian estas cuestiones por pura higiene mental.
Aceptar el preservativo como un medio eficaz contra la propagación de determinadas enfermedades no cuestiona en absoluto la propuesta evangélica. No hacerlo, sin embargo, nos convierte en cómplices. Y nos obligará a pedir perdón por algo perfectamente evitable. Por otra parte, los creyentes que estamos convencidos de la barbaridad que supone esta postura de la Iglesia Católica oficial, estamos obligados a hablar con claridad, a expresar nuestros convencimientos en los foros adecuados, a luchar para que este disparate termine cuanto antes. La vida y la salud de muchas personas están en juego. ¡Salvemos, por Dios!.
martes, 16 de octubre de 2007
«No mató, pero no salvó»
De Gonzalo Revilla
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4 comentarios:
¡Qué casualidad! Hoy en el trabajo surgía un debate al respecto de que determinados sectores de la Iglesia están incluso dispuestos, a lo mejor no a matar, pero sí a descabezar si alguien intenta evitar las muertes por SIDA. Imaginemos que en los tiempos nazis la Iglesia no se hubiera limitado a callar, sino que además condenara a aquellos que se atrevieran a levantar la voz contra el horror, pues lo mismo.
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