lunes, 17 de septiembre de 2012
Concilio Ruanda II
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De Gonzalo Revilla
viernes, 2 de septiembre de 2011
Ramona: muerte digna
¿Qué nos ocurre con la muerte? ¿Tan extraño nos parece que con 90 años una mujer se nos muera? ¿Pretendemos tenerla sondada, en coma vegetativo, encamada, sólo para que nuestras convicciones morales sobre la vida y la muerte tengan sentido? Es una locura. Se que el debate está abierto en la sociedad. Se que el debate está abierto en la Iglesia. Pero no me parece lógico que ese debate se haga sobre el lecho de muerte de una anciana, arremetiendo con crueldad contra la familia, enarbolando la moral como un maza...
La Iglesia, como institución, se ha atricherado en posiciones absurdas. Me consta que al interior de la misma Iglesia hay un debate más sereno y más sensato, más científico. Y me consta que muchos creyentes no pueden entender ni asumir este dogmatismo cerril y arrollador. Pero lo cierto es que la posición "oficial" de la Iglesia causa perplejidad, rabia y dolor. Y esa no puede ser la Iglesia de Jesús. Un persona se muere, unos familiares han tomado la dolorosa decisión de no prolongar inútilmente su vida, de no sumarle sufrimiento estéril. Y lo único que se nos ocurre, como Iglesia, es levantar una polvareda doctrinal, y soliviantar innecesariamente a los sectores más reaccionarios de este país, deseosos de encontrar una causa con la que rellenar sus periódicos y sus tertulias.
Ramona Estévez se muere en un hospital de Huelva. Lo lógico hubiera sido dejarla morir en paz. Acompañar a sus familiares. Entender la muerte como parte de la vida. Serenar. Mirar al cielo con esperanza. Pero no: la moral se convirtió, una vez más, en una pasada losa.
Por mi parte: todo mi apoyo para la familia de Ramona, como creyente, como ciudadano, como ser humano. Y el deseo de que no se vuelvan a repetir estos lamentables espectáculos mediáticos sobre el lecho de un moribundo... Seguir leyendo…
De Gonzalo Revilla
domingo, 24 de abril de 2011
Verdad indiscutible e historia cotidiana
...y en tantas mujeres y hombres que a lo largo de la historia y a lo ancho del planeta siguen mostrándose profundamente humanos, y en tantos gestos cotidianos y profundamente revolucionarios, en todo eso se hace verdad indiscutible e historia cotidiana la resurrección.
¡Felices pascuas! Seguir leyendo…
De Gonzalo Revilla
lunes, 29 de marzo de 2010
Visceralmente
Nos acercamos a la Pascua: el máximo sacrificio para encontrar la esperanza de un mundo mejor, la fraternidad llevada hasta el extremo para garantizarla en la historia de la humanidad. Detrás de tanto dolor hay vida, detrás de la máxima injusticia encontraremos la dignidad, cuando las guerras se agoten podremos volver a labrar la tierra en paz... Esto, o cosas parecidas, se proclamará en asambleas de cristianos en todo el mundo mundial, unos escucharán más atentos, otros menos, pero sospecho que el mundo no se moverá un ápice de su eje suicida, de su ansia por destruir, por humillar, por hacer de la vida un lugar oscuro... ¿acaso no escuchamos los cristianos, acaso no comprendemos la muerte y la resurrección del nazareno?
No será eso, claro. Es más una cuestión de tibiezas, de sí pero no, de matices, interpretaciones y recortes. En el fondo no reaccionamos porque no nos toca de frente. Si alguien agarrara a nuestra hija, la violara en un bosque y le hiciera un tajo en el cuello toda nuestra energía, nuestra rabia, todos nuestros resortes se movilizarían para restaurar el daño. Si eso mismo ocurre en los bosques de Marruecos de forma sistemática desde hace años, entonces nuestra
reacción es, cuanto menos, moderada, medida, si acaso teñida de impotencia. Si a nuestro hermano lo explotaran en su trabajo gritaríamos y haríamos pancartas bien grandes contra esa empresa, pero si eso ocurre a un montón de kilómetros entonces no hay pancarta que valga. Si nuestra familia se viera envuelta en una guerra concentraríamos toda nuestra vitalidad en sobrevivir y luchar por la paz, pero si los que mueren en las guerras son desconocidos pues ya la cosa nos altera un poco menos la sangre...
Necesariamente tiene que haber luz al final del tunel: necesariamente detrás de la muerte podremos celebrar la Pascua. Pero si no caminamos con los crucificados de hoy, con los hombres y mujeres que sufren, que son golpeados, humillados, malheridos y asesinados, entonces será dificil encontrar la salida del tunel. Desde la tibieza generaremos esperanza tibias, desde las matizaciones e interpretaciones nos haremos cómplices del continuismo, con todos los barnices necesarios.
Vivimos instalados, como ciudadanos y como creyentes, y hacer el proceso Pascual es ir contra nuestros propios intereses, desmontar nuestras seguridades, mover el suelo que pisamos. Y eso no resulta, de entrada, muy sugerente. Si no nos dan la mano, si el crucificado de hoy no nos arranca de nuestro sofá, no tira de nosotros hasta el Gólgota, no nos muestra, visceralmente, la cruz de tantos y tantas, entonces no habrá Pascua posible.
Y todo esto de forma colectiva, compartida, comunitaria, porque las corrientes en contra son fuertes. Pero también son muchos los que aspiran a cruzar el Mar Rojo, creyentes y no creyentes, gentes dispuestas a provocar un mañana mejor para todos, gentes que ya están provocando un hoy mejor, espacios limpios y amables, acogedores y respetuosos.
Pues ya está: se trata de caminar (de seguir caminando), aún sabiendo que vamos contra nuestros propios intereses (esto es importante tenerlo claro), dejando que marquen la ruta los que sufren, los que conocen la cruz, y convencidos visceralmente de que otro mundo mejor es posible. Que la pascua nos pille despiertos.
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De Gonzalo Revilla
miércoles, 18 de febrero de 2009
El duelo pendiente
Dejamé enterrarlo,
dejamé recoger su cadáver de la playa
y darle digna sepultura,
dejamé avisar a su familia
de que su hijo, su esposo, su padre...
ha muerto en el mar,
tratando de cruzar.
Dejamé enterrarlo y aliviar la vergüenza
de este norte rico que cierra sus puertas
y convierte sus playas en un matadero.
Dejamé enterrar su cadáver,
quitarle las algas y la arena,
cerrar sus ojos y su boca que aún grita
desde el silencio de su muerte estéril.
Dejamé enterrarlo...
De Gonzalo Revilla
martes, 4 de noviembre de 2008
Rabia y Esperanza
Como esos que velaban y se quedaron dormidos: así resultamos a veces, tibios, cobardes, acomplejados o perezosos, indolentes. Esperanzados, tal vez. pero poco convincentes, poco cabreados con todo ese dolor absurdo, toda esa tragedia repetida, sistemática y atroz, todas esas víctimas inocentes que caen cada día al suelo, que mueren en el estrecho, que padecen hambre y enfermedades curables, que son acribilladas, bombardeadas, aniquiladas...
¿Dónde tenemos la rabia? ¿Por qué no nos conmueve todo ese dolor? Nuestra manera de ser cristianos está haciendo aguas por alguna parte. La oración, sin duda, nos hace sensibles, nos acerca a esa gente, nos obliga a tomar partido. No hemos decidido, como tantos otros, permanecer al margen de las víctimas. Pero a pesar de todo eso, no escapamos a la vacuna que poco a poco inyecta esta sociedad sobre sus gentes: nos hacen inmunes al dolor de los otros, la solidaridad se queda en un plano intelectual, en las ideologías o discursos, pero no llega a lo afectivo, a las entrañas. Tal vez no podríamos soportarlo: un sólo niño muriendo de hambre en nuestros brazos, un sólo cadáver que tuviéramos que arrastrar fuera del agua, y nuestras entrañas de misericordia deberían revolverse definitivamente. Pero no termina de ser así...
Un amigo nos decía que un cristiano, para serlo de veras, debería tener, al menos una vez en su vida una experiencia de Dios. Y deberíamos también, al menos una vez, asomarnos al dolor último, a la degeneración gratuita y perversa de un ser humano, a su aniquilación estéril... Es posible que lo hagamos, es posible que cada uno de nosotros pueda relatar algún episodio en que sintió en lo más hondo ese dolor, esa injusticia aberrante. Incluso es posible que esa experiencia sea motor y argumento de la vida de algunos de nosotros. Pero evidentemente no es una experiencia colectiva, comunitaria, porque esa tensión se notaría en nuestro ser y hacer.
No se trata de más discursos, ni manifiestos, ni nada de eso (que también). Se trata de urgencia, de paciencia histórica "activa", de rabia ante la falta de fraternidad que llena este mundo. No hay tiempo, porque cada minuto se lleva por delante a un puñado más: hambre, guerra, miseria, violencia, malaria... todas esas cosas: evitables, innecesarias.
Despertemos, que llega el amo. Y nos pillará dormidos. "Salimos a esperarte", podremos argumentar en nuestra defensa. Pero nos dormimos a media noche. Y en la oscuridad de nuestras conciencias, en la inmunidad que dan las sombras, están cayendo muchos hermanos, indefensos. Despertemos, es un sueño inducido, interesado, que pretende enterrar a las víctimas sin testigos, en la inmensa fosa común de la historia. Despertemos.
De Gonzalo Revilla
viernes, 5 de septiembre de 2008
Liberación colectiva
En tiempos de incertidumbre, una de las pocas certezas evangélicas que nos queda es que Dios habita entre los que sufren, entre los desposeídos. Y que no hay liberación personal posible sin la liberación colectiva de ese inmenso sur expoliado.
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